martes, 18 de diciembre de 2012

Un relato sobre la compasión

El Buda refirió en cierta ocasión una de sus vidas anteriores, antes de alcanzar la Iluminación. Un gran emperador tenía tres hijos y el Buda había sida el menor de ellos, llamado Mahasattva.  Mahasattva era un chiquillo afectuoso y compasivo por naturaleza y consideraba a todos los seres vivos hijos suyos.
Un día el emperador y la corte salieron de excursión al campo y los principes, jugando, se internaron en el bosque. Al cabo de un rato dieron con una tigresa  que acababa de dar a luz y se hallaba tan desfallecida de hambre que estaba a punto de devorar a sus propios cachorros. Mahasattva les preguntó a sus hermanos.
- ¿Qué tendría que comer ahora la tigresa para recuperarse?
- Sólo carne o sangre fresca -le respondieron.
- ¿Quién daría su propia carne y su propia sangre para alimentarla y savar así su vida y la de sus cachorros? -volvió a preguntar.
- ¿Quién en realidad? -dijeron ellos.
Mahasattva, profundamente conmovido por el trance en que se hallaban la tigresa y sus cachorros, empezó a pensar: "Durante mucho tiempo he vagado por el samsara sin propósito alguno, vida tras vida, y a causa del deseo, la ira y la ignorancia he hecho poco para ayudar a otros seres. Aquí se me presenta al fin una gran oportunidad".
Tigres y cachorrosLos principes emprendieron el regreso, pero Mahasattva  les dijo:
- Adelantaos vosotros. En seguida os daré alcance.
Luego volvió sigilosamente hacia la tigresa, llegó a su lado y se tendió delante de ella para ofrecerse como alimento. La tigresa lo miró, pero estaba tan débil que ni siquiera podía abrir la boca. Así que el principe buscó un palo puntiagudo y se hizo un profundo corte del que manó abundante sangre; la tigresa la lamió y recobró suficiente fuerza para abrir las mandíbulas y comérselo.
Mahasattva dio su cuerpo a la tigresa para salvar a los cachorros, y por el gran mérito de su compasión renació en un reino superior y avanzó hacia la iluminación y su renacimiento como el Buda. Pero no sólo él resultó beneficiado por su acción: el poder de su compasión también purificó a la tigresa y a los cachorros de su karma, e incluso de cualquier deuda kármica que pudieran tener con él por la manera en que les había salvado la vida. Ese acto de compasión fue tan poderoso, de hecho, que creó entre ellos un lazo kármico que debía prolongarse hasta un futuro lejano. La tigresa y sus cachorros, que recibieron la carne de Mahasattva, renacieron, según se dice, como los cinco primeros discípulos del Buda, los primeros en recibir enseñanza de él después de su Iluminación.

domingo, 2 de diciembre de 2012

¿Como me vas a explicar? Pedro Salinas

¿Como me vas a explicar,
di, la dicha de esta tarde,
si no sabemos por qué
fue, ni cómo, ni de qué
ha sido,
si es pura dicha de nada?
En nuestros ojos visiones,
visiones y no miradas,
no percibían tamaños,
datos, colores, distancias.
De tan desprendidamente
como estaba yo y me estabas
mirando, más que mirando,                                                                        
mis miradas te soñaban,
y me soñaban las tuyas.
Palabras sueltas, palabras,
deleite en incoherencias,
no eran ya signo de cosas,
eran voces puras, voces
de su servir olvidadas.
¡Cómo vagaron sin rumbo,
y sin torpeza, caricias!
Largos goces iniciados,
caricias no terminadas,
como si aun no se supiera
en qué lugar de los cuerpos
el acariciar se acaba,
y anduviéramos buscándolo
en lento encanto, sin ansia.
Las manos, no era tocar
lo que hacían en nosotros,
era descubrir; los tactos,
nuestros cuerpos inventaban,
allí en plena luz, tan claros
como en la plena tiniebla,
en donde sólo ellos pueden
ver los cuerpos
con las ardorosas palmas.
Y de estas nadas se ha ido
fabricando, indestructible,
nuestra dicha, nuestro amor,
nuestra tarde.
Por eso, aunque no fue nada,
sé que esta noche reclinas
lo mismo que una mejilla
sobre ese blancor de plumas
-almohada que ha sido alas-
tu ser, tu memoria, todo,
y que todo te descansa,
sobre una tarde de dos,
que no es nada, nada, nada.