miércoles, 21 de octubre de 2020

Om Mani Padme Hum.

 

 


 Los mantras en realidad, aunque tienen un significado, su dimensión más importante no es su significado semántico. Ya que los mantras son como palabras mágicas que tienen un poder.  Viene siendo como un encantamiento. El poder que tiene el mantra se construye a través de la motivación con la cual ha sido y es recitado.  Esa motivación pura va impregnando las sílabas  durante cientos y miles de años, en los que muchas personas sabias, a lo largo de muchas vidas, lo van recitando y van cargándolo de sentido. En el caso de “Om Mani Padme Hum” cuando tú lo recitas, y conectas con la energía del mantra, estás conectando con ese sentimiento de compasión universal y desarrollando esa misma motivación que muchas otras personas antes le dieron. De este modo te conviertes en la compasión y en el amor. De manera que al recitarlo eres tú el canal para que esos sentimientos se vuelquen en todos los seres y en el mundo. Es como si el significado del mantra se sirviera de ti para llegar a los demás. 

 

     


Por eso, aunque no está de más describir el significado de cada una de las sílabas del mantra, el verdadero significado es mucho más profundo y solo se puede conocer cuando, en la práctica, te fundes con el mantra. 

Para empezar es importante desarrollar la aspiración de llegar a alcanzar este significado profundo. Por ejemplo, antes de comenzar la práctica deseamos de corazón:  “Pueda yo volverme compasivo. Pueda yo entrar en el espíritu de la compasión”  Desear esto desde la más absoluta humildad ayuda a desarrollar la motivación adecuada para alcanzar el espíritu de la compasión y ser un@ con él. 

 

   


El significado de cada una de las silabas del mantra está interconectado con el de las otras. Para poder comprender el mantra hay que interelacionar todos los significados para obtener uno más rico. 

Om es la sílaba que representa la diversidad universal de todo lo manifestado. Se refiere al todo. Se utiliza en el principio o el final de otros muchos mantras, tanto de la tradición budista como de la hinduista.  Hum se refiere a la naturaleza última de todo lo manifestado, es decir, a la vacuidad. El aspecto en que se disuelve la forma. Tiene una cualidad similar al espacio y a la luminosidad que subyace en todo lo manifestado y que surge de la naturaleza esencial que lo abarca todo, la cual es vacía. 

Om también representa el cuerpo mientras que Hum representa la mente iluminada. Son aspectos complementarios e inseparables del universo transcendente. 

 

           

 


Mani significa Joya y Padme significa Loto. La joya representa la luminosidad y el loto representa el amor, la vida. 

 

                             
 

La joya representa la sabiduría y el loto la compasión. Ambos elementos también inseparables en el camino hacia la iluminación. El loto es una planta de petalos blancos que representan la pureza. Sin embargo crece en los estanques de aguas cenagosas y por eso representa la compasión.



 

Por que desarrolla una cualidad pura sin dejar de estar en contacto con la cualidad impura que representa el agua cenagosa del estanque. Del mismo modo que los bodhisattvas renuncian al nirvana y permanecen en el samsara para ayudar a otros seres a alcanzar la iluminación, con la determinación de no abandonar el mundo hasta que todos los seres la hayan alcanzado. De este mismo modo, el Loto crece en el estanque e irradia su luz y su amor. 

Por otra parte, la Joya y el Loto significan también los aspectos masculino y femenino en perfecta armonía.  Es decir,  la transcendencia de la dualidad sexual a través de la conciencia pura e iluminada.


 


domingo, 21 de junio de 2020

Sobre la compasión, la paciencia y la tolerancia.

Hace poco amé a una persona como si me fuera la vida en ello.  Le di todo lo mejor de mi e incluso llegué a darle cosas que ni siquiera tenía, solo por satisfacerla. Algunas de las cosas más bonitas que podía ofrecerle no las quiso y, a pesar de eso, decidí continuar a su lado. La inspiré para que se sintiera en confianza y compartiera conmigo cosas muy especiales, íntimas y maravillosas de su vida personal. Luego, le surgieron brotes de desconfianza, se arrepintió de haberme confiado sus tesoros y me obligó a desprenderme de ellos. Ella me amó pero con reservas. Tenía miedo de ser abandonada. Nunca creyó en mi de verdad y siempre pensó que yo sería capaz de dejarla por otra persona y olvidarla. A pesar de eso, yo seguí apostando por ella, hasta que descubrió a alguien con quién pensó que le podría ir mejor y me dejó. La única explicación que recibí de ella fue el frecuentemente parafraseado “ya no siento lo mismo”. Cerró todas las puertas a cualquier forma de amistad, me ocultó el inicio de su nueva relación y obstaculizó de todas las formas posibles que pudiera alegrarme y manifestarle mi felicidad de que le fueran bien las cosas junto a esta nueva pareja.  En un principio me sentí roto y desconsolado como un niño abandonado. Sin embargo,  conociendo la naturaleza de su persona me es inevitable seguirla amando y mi devoción es tal que sólo deseo lo mejor para ella. Así que agradecí la experiencia profundamente y seguí adelante con la vida.  Supongo que ésta no es una experiencia nada fuera de lo común en las relaciones sentimentales, pues los amores no correspondidos están al orden del día y, desde que existe el amor, existe también el desamor. Sin embargo, confío en que, a pesar de ello, pueda interesarle a alguien lo compartido aquí.

Continuar amando a esta persona, a pesar de sus defectos y a pesar de la enorme distancia que ha decidido que exista entre nosotros, me pareció una oportunidad para desarrollar la devoción. Tengo tantos defectos o más que ella y no creo que sea peor que yo por hacer las cosas como las hizo, así que me es prácticamente imposible dejar de amarla y de seguirle deseando lo mejor en la vida. 

Esta devoción que siento por ella es, para mi, algo excepcional. Hace mucho tiempo que trato de desarrollar el sentimiento de respeto hacia los seres amados, pero en esta ocasión dicho sentimiento se combina con el sentimiento de compasión, acompañado de paciencia y tolerancia. Todo ello sumado al amor más profundo y sincero. Este sentimiento me recuerda, salvando las distancias, a una suerte de amor romántico incondicional, similar a los amores caballerescos de la edad media  hacia la dama del castillo. Por poner un ejemplo a modo de ilustración.  Con ánimo de librar de cualquier carga estereotípica, relativa a los géneros masculino o femenino, que pueda conllevar mi ejemplo diré que en el papel del caballero o de la dama pueden situarse un hombre o una mujer indistintamente, a la hora de profesar esta clase de amor.

Siento que cuando me entrego a esta forma de amor me siento como un niño que se presta voluntariamente a darse, tan frágil e indefenso como un bebé. Un niño que queda solo en la puerta del cole cuando su mamá y su papá no llegan a tiempo a por él.  A pesar de ello, siendo consciente de los condicionamientos sufridos por la persona amada, así como de sus limitaciones y del riesgo de ponerse a su disposición, el amor es más fuerte y la devoción te lleva a confiar en dicha persona a toda costa y sin temor a sufrir pérdida alguna.  Es decir, se trata de llegar a la convicción de que cualquier pérdida que uno pueda experimentar siempre será inferior a la pérdida de la posibilidad de profesar amor al ser amado, independientemente de que el ser amado esté receptivo o no. Independientemente de que el ser amado sea capaz o no de comprender la dimensión de este amor y valorarlo.

El amor incondicional tiene la grandeza de la vulnerabilidad consciente como una forma de compasión y como una forma de abrazar el sufrimiento, así como la maduración del karma negativo del ser amado. Es sorprendente darse cuenta de que el amor incondicional, con su cualidad altruista y desinteresada, desarrolla una energía que actúa a un nivel creativo muy superior a todas las perturbaciones mentales basadas en el  apego, la aversión y la ignorancia. Por ello, su efecto es purificador y sanador, como quiera que se mire, para todas las personas implicadas.  Además se trata de un amor trascendente.  No se agota en sí mismo.  Si el amor es sincero y profundo lo es y lo será también para otras personas que puedan beneficiarse de él por que es como una ofrenda y una joya en sí misma susceptible de ser profesada/entregada hacia/a otras personas que de ella se puedan beneficiar. 

A “desear la exclusividad de la persona amada”, no se le puede llamar amor, sino que se trata de pretender alimentar nuestro propio ego y fomentar el autoengaño. En cambio, el amor incondicional indiscriminado busca la universalidad y la igualdad en el amor, lo cual implica aceptar y promover la libertad de las personas a quienes amamos renunciando plenamente al deseo de exclusividad.   Esto es lo más parecido a la compasión universal. Un sentimiento verdaderamente especial y digno de ser cultivado. Si lo cultivamos y lo irradiamos hacia todos y cada uno de los seres sin distinción estaremos alcanzando grandes realizaciones, no solo por nuestro propio beneficio sino también por el de todas las personas que nos rodean.

Este sacrificio por amor al otro, por compasión. Permitir que el dolor de los demás madure en ti.   Por amor, asumir la responsabilidad de ponerte en sus manos.  Aunque puedas sufrir heridas. Aunque sepas que las sufrirás. Aunque sepas que no serás elegid@. A pesar de eso, el ofrecimiento por amor tiene sentido. Es un por que te amo me doy y, en ese me doy, no espera nada.  Se basta a sí mismo. Se agota en la entrega de un ser abierto y plenamente disponible que se pone en manos del ser amado. No es uno cuestión de masoquismo por supuesto, es una cuestión de compromiso libre y consciente con el ser amado que nace del amor y la compasión. Este compromiso nos lleva a asumir la imperfección del ser amado y abrazarla aceptando los daños menores.  Todo ello, sin dejar de confiar plenamente en el ser amado, así como en su capacidad de superación de sus condicionamientos y perturbaciones mentales.  De este modo nuestros actos dejan una huella para que la semilla del amor profesado pueda germinar algún día, quien sabe cuando, pero si nuestro corazón, así lo siente, indiscutible e inevitablemente lo hará.

La sencilla disponibilidad para amar al otro desde la compasión ya merece la pena independientemente de que la otra persona te permita ayudarla o no, amarla o no, Ya la propia disposición para amar con compasión es una satisfacción poder ofrecerla y no depende de los demás para que tome sentido o deje de tomarlo. Si uno ama con compasión el ofrecimiento ya es una bendición para el ser que lo recibe. Independientemente de que sea capaz o no de aceptar esa compasión, esa ayuda, ese amor. 




Quiero citar aquí el texto clásico del Bodhisattva Langri Tampa que vivió en el siglo XI:  “Adiestramiento de la mente en ocho versos”. Que me inspiró profundamente en los últimos meses y que me ayudo a entender las cosas de la forma en que las he tratado de expresar en esta breve publicación. Así como los comentarios del eminente Lama Geshe Kelsang Giatso en su libro “Ocho pasos hacia la felicidad”.  Espero que también sirvan de inspiración al lector.

Con la intención de alcanzar
la meta última y suprema,
que es incluso superior a la gema que colma todos los deseos,
he de estimar siempre a todos los seres.

Cuando me relacione con los demás,
he de considerarme la persona menos importante,
y con una intención perfecta,
estimarlos como objetos supremos.

He de examinar mi continuo mental en todas mis acciones
y en cuanto surja una perturbación mental
que me conduzca a mi o a los demás a actuar de manera inapropiada
he de evitarla y oponerme a ella con firmeza.

Cuando me encuentre con seres desafortunados,
oprimidos por el mal y los grandes sufrimientos
he de estimarlos como si fueran
un valioso tesoro difícil de encontrar.

Incluso si alguien a quien he beneficiado
y en quien tenía grandes esperanzas
me perjudicara sin razón alguna,
he de considerarlo como mi guía espiritual.

Cuando alguien, por celos,
me cause daño o insulte,
He de aceptar la derrota
y ofrecerle la victoria.

En resumen, que directa o indirectamente
ofrezca mi ayuda y felicidad a los maternales seres,
y tome en secreto
todas sus desdichas y sufrimientos.

Además, que gracias a estas prácticas del método,
junto con una mente que reconoce que todos los fenómenos son ilusorios
y limpia de las manchas de las concepciones de los ocho extremos,
me libere de la prisión de las apariencias y concepciones erróneas.

Así mismo, también quiero citar, en referencia al texto, a S. S. el Dalai Lama cuando en su libro “El arte de la compasión” afirma:  “...; no debemos considerar la tolerancia y la paciencia como un signo de debilidad. Para mi son símbolos de fuerza”



Quiero dedicar este texto al venerable Lama Geva Jampa Gyatso a quien llevo siempre en mi corazón.









jueves, 21 de mayo de 2020

VACUIDAD


Hace unos días una amiga me preguntó acerca de lo que se entiende por vacuidad.  La vacuidad es una de la cualidades de la mente pura y, toda la existencia, como espejo de la mente, cuenta también con esta misma cualidad.     Pero en sí, el concepto de vacuidad, no se puede aprehender como tal con una explicación racional. Es necesario experimentarlo. No pertenece al mundo de los conceptos racionales sino al mundo de las experiencias transcendentales. Se precisa la práctica de la meditación para dar lugar a una aproximación directa de la experiencia de vacuidad. Por ello, una explicación a través de la palabra es insuficiente para conocer toda la dimensión del significado de la vacuidad.  No por ello vamos renunciar a tratar de explicarlo. Aunque no podamos llegar a trasmitir todo su significado siempre podemos intentar acercarnos.  

Para entender la vacuidad es necesario comprender cual es el significado de la mente para el budismo. Cuando hablo sobre la mente no es un concepto restringido a nuestro “yo”. Como ya lo aclara muy bien S.E. Kalu Rimpoché, la ignorancia fundamental nos lleva a entender habitualmente a la mente como un “yo” que piensa “yo existo” y normalmente lo situamos dentro de nuestra cabeza como un ente pensante/sintiente separada de todo el universo exterior.  Sin embargo, para el budismo la mente no se limita a la cabeza, ni al cuerpo, como dice Kalú Rimpoché “se extiende  por medio de los sentidos al mundo exterior. A través de los sentidos participa de todo.” De este modo, el mencionado Lama, define a la mente, en sí misma, como “un potencial de consciencia” 

Por ejemplo, cuando nos pinchamos con un alfiler en el pie nuestra mente percibe el dolor y pensamos que nuestra mente, a través de nuestros sentidos se circunscribe al ámbito de nuestro propio cuerpo. Incluso podemos pensar que nuestro sistema nervioso trasmite la percepción sensorial táctil que llega a nuestro cerebro y tomamos conciencia de la experiencia de dolor, llegando a la conclusión de que nuestra mente se limita al contexto del interior de nuestra cabeza. 

Sin embargo, supongamos que vamos andando por nuestro barrio cuando un peatón cruza la calle, observa un coche que se dirige hacia él a gran velocidad, se sobresalta, grita y es atropellado experimentando traumatismos en todo su cuerpo. A través de los sentidos, al escuchar el grito, el frenazo, observar el golpe sobre el cuerpo del peatón, así como el violento empuje del vehiculo sobre el viandante desplazándolo varios metros más adelante y arrojándolo sobre la calzada. Experimentamos dolor a nivel mental. Al proyectar nuestra mente por medio de los sentidos podemos experimentar el dolor y el sufrimiento más allá de nuestro cuerpo. Esta mente que experimenta el dolor no se circunscribe a nuestro cuerpo. Se proyecta en el peatón que ha sufrido el accidente y experimenta el dolor tanto físico como mental. Para ello la mente ha tenido que salir de nosotros y entrar en conexión con la mente del peatón atropellado, del conductor del coche que lo ha arrollado, del resto de viandantes que se encontraban presentes en la escena e incluso la mente de todos los objetos y fenómenos implicados.  Como dice Kalú Rimpoché, “es necesario entender qué es esta mente que penetra todas las cosas y personas, esta mente común a todos.” 

Pongamos otro ejemplo:  Al nombrarnos la palabra “India”,  a través del sonido y las formaciones mentales experimentadas con nuestro aprendizaje, nuestra mente en cuestión de milésimas de segundo imagina la forma del país en el mapa de Asia, sus gentes, quién sabe si el río Ganges y cientos de persona tomando baños purificadores en la ciudad de Benarés o cosas similares que nos evoca una realidad que se encuentra a miles de kilómetros de distancia,  sin embargo la mente se desplaza hasta allá, de manera espontánea y sin ningún esfuerzo.  Acto seguido una persona que se encuentra a nuestro lado nos habla y regresamos instantáneamente al escuchar sus palabras.

Esto sucede por que la mente es vacía, en el sentido de que no existe como un objeto, no tiene forma ni color, ni ninguna característica que podamos asignar a nada material. Es más bien parecida al espacio. No tienen límites. Se puede desplazar sin estar sujeta a dimensiones espaciotemporales de ningún tipo. Podemos viajar a la edad de piedra o situarnos en civilizaciones residentes en un planeta de una lejana constelación de otra galaxia. Por lo tanto es algo muy distinto a lo que experimentamos habitualmente como nuestra mente, como una cosa pequeña y restringida a un “yo”.  Este modo de entender la mente es una pesada carga que nos crea muchos problemas. Básicamente por que crea la ilusión de que en la realidad existe un “yo” separado del resto de personas y fenómenos externos. En nuestra ignorancia, al actuar como si realmente existiera un “yo” separado de “los otros” desarrollamos perturbaciones mentales: deseos, temores, odio y aversión.  Es imposible liberarse del sufrimiento y alcanzar una felicidad verdadera si no cambiamos la forma de percibirnos a nosotros mismos y al mundo. Mientras permanezcamos aferrados a este concepto de la realidad, a esta “mente pequeña”, la continuidad del sufrimiento humano está garantizada.

En palabras del eminente Lama, al abordar la práctica de la meditación debemos “..situarnos en un estado de apertura y de naturalidad donde reconozcamos la mente tal y como es en realidad, penetrando todas las cosas, desprovista de toda limitación material.” 

Una vez que nos hemos puesto en situación y hemos desarrollado una base sobre la cual poder comenzar trasmitir la comprensión de la vacuidad, vamos a dirigir nuestra conciencia hacia nuestro punto de equilibrio corporal que coincide con el centro de gravedad. Dicho punto se encuentra dos dedos por debajo del ombligo. A esa altura, en un punto intermedio entre la parte anterior y posterior de nuestro cuerpo. Es un punto muy importante para la conexión con todo.  De hecho, en esta zona nuestro cordón umbilical nos unía a nuestra madre durante el embarazo y todo llegaba a través de ese lugar. Las emociones, la comida, etc. En ese momento todavía  no existía sensación de gravedad. Solamente flotabamos en el líquido amniótico. 




Concentrándonos en este punto vamos a imaginar que nos encontramos frente a un precipicio.  Si nos aproximamos al borde experimentaremos  vértigo.  El vértigo es una sensación que se produce cuando nuestra mente se proyecta hacia el vacío a unos metros de distancia y, como nuestra mente está fuera de nuestro centro de gravedad, localizada en el punto en el que la caída es inevitable, nos imaginamos cayendo en esa inercia. La caída es casi real por que nuestra mente está proyectada hacia un lugar donde la inercia de la gravedad de nuestro cuerpo sería prácticamente imparable. El hecho de imaginar con nuestra mente que nuestro punto de equilibrio abandona nuestro centro de gravedad nos lleva experimentar la sensación, casi como una realidad, de que podriamos desequilibrarnos y caer.  El sobrecogimiento, y miedo que acompaña al vértigo se produce por que nuestra mente está en un lugar en el cual, si estuviera acompañada del cuerpo, precipitarse al vacío y morir sería un hecho.  Pero nuestro centro de gravedad corporal permanece en el borde del precipicio y, si lo podemos controlar, el vértigo no llega a paralizarnos.  Meditar sobre la vacuidad es una disolución del ego, es decir de la mente conceptual. Representa un salto al vacío e implica la muerte de nuestra conciencia tal y como la concebimos: como un yo separado e independiente de los otros y, en general, de todos los fenómenos externos.  La experiencia de la vacuidad implica un salto al vacío que se produce cuando nuestra mente se disuelve en la ausencia de existencia separada que es la verdadera naturaleza de todo lo externo.  En ese momento lo interno y lo externo son uno. Por eso meditar en la vacuidad es tomar conciencia de la verdadera naturaleza de las cosas y disolver los engaños acerca de las cosas y de nosotros mismos. Se experimenta de manera similar al vértigo pero hay que profundizar en la experiencia sin distracción, desarrollando la atención plena hasta dar el salto y sumergirse plenamente en la vacuidad. La experiencia de la vacuidad implica una transformación muy profunda que modifica nuestra conciencia de manera irreversible y meditar con perseverancia en la vacuidad es cultivar el Dharma y transitar el camino de la liberación. Buda lo expresó muy claramente en un texto clásico muy conocido de sus enseñanzas llamado el Sutra del Corazón.  (Siga este enlace para llegar a una entrada publicada en este mismo blog sobre el mencionado texto clásico: https://senderismomeditacion.blogspot.com/2012/10/el-sutra-del-corazon-om.html )


La vacuidad se experimenta de manera similar al vértigo. Produce emociones contrapuestas.  Por un lado se puede experimentar temor y resistencias al cambio, generando continuas distracciones en el proceso meditativo, pero, al mismo tiempo, se experimenta una gran atracción y gozo sublime al sentir el impulso de soltar y abandonarse plenamente a la disolución del ego. En esta dialéctica si la perseverancia nos hace profundizar se alcanza un momento en el cual el salto simplemente se produce y la transformación de la conciencia tiene lugar.

Este paralelismo entre el vértigo y la vacuidad no es más que un intento de acercarme a una explicación del término desde una perspectiva más emocional/experiencial, pero de ningún modo vértigo y vacuidad son una misma cosa. Existen algunos deportes de riesgo en los cuales se buscan expresamente experiencias vertiginosas similares a éstas y se juega con el vértigo. Pongamos por ejemplo prácticas tan extremas como el salto base, la escalada, el alpinismo, el puenting y tantos otros. En sus diferentes modalidades,   estas actividades generan un nivel de adrenalina y una alteración de la conciencia, por exponernos a experiencias estresantes y retos que desarrollan y focalizan la concentración, así como una percepción sutil, de manera  que pueden llegar a hacernos perder, por momentos, nuestra noción de nosotras y nosotros.  




Otro ejemplo de prácticas donde se juega con el vértigo, pero de carácter recreativo, son las atracciones de ferias tipo montaña rusa y otras muchas que se pueden encontrar en parques de atracciones. Me pregunto si detrás de la búsqueda de estas sensaciones puede encontrarse, de algún modo, la búsqueda de la experiencia de vacuidad que es una búsqueda eterna residente en la naturaleza del ser humano y en el devenir de su existencia cíclica. Sin embargo, no cabe duda de que estas experiencias relacionadas con el vértigo son meramente transitorias mientras que la experiencia de vacuidad es transcendente y su realización progresiva implica tocar lo más profundo del ser, aquello que no está sujeto a cambios, la verdad más absoluta y profunda que podamos llegar a conocer. Traer un poco de esta vacuidad a nuestra existencia cotidiana nos honra y llena de felicidad y bendiciones a todas las persona con quienes compartamos. Es luz y conciencia pura para todos los seres.  




Quiero dedicar esta entrada a mis amigos Elena Herrera y Salvador Abril, sin la curiosidad, la sabiduría y generosidad de ambos estas pinceladas sobre el significado de la vacuidad no hubieran sido posibles.