jueves, 21 de mayo de 2020

VACUIDAD


Hace unos días una amiga me preguntó acerca de lo que se entiende por vacuidad.  La vacuidad es una de la cualidades de la mente pura y, toda la existencia, como espejo de la mente, cuenta también con esta misma cualidad.     Pero en sí, el concepto de vacuidad, no se puede aprehender como tal con una explicación racional. Es necesario experimentarlo. No pertenece al mundo de los conceptos racionales sino al mundo de las experiencias transcendentales. Se precisa la práctica de la meditación para dar lugar a una aproximación directa de la experiencia de vacuidad. Por ello, una explicación a través de la palabra es insuficiente para conocer toda la dimensión del significado de la vacuidad.  No por ello vamos renunciar a tratar de explicarlo. Aunque no podamos llegar a trasmitir todo su significado siempre podemos intentar acercarnos.  

Para entender la vacuidad es necesario comprender cual es el significado de la mente para el budismo. Cuando hablo sobre la mente no es un concepto restringido a nuestro “yo”. Como ya lo aclara muy bien S.E. Kalu Rimpoché, la ignorancia fundamental nos lleva a entender habitualmente a la mente como un “yo” que piensa “yo existo” y normalmente lo situamos dentro de nuestra cabeza como un ente pensante/sintiente separada de todo el universo exterior.  Sin embargo, para el budismo la mente no se limita a la cabeza, ni al cuerpo, como dice Kalú Rimpoché “se extiende  por medio de los sentidos al mundo exterior. A través de los sentidos participa de todo.” De este modo, el mencionado Lama, define a la mente, en sí misma, como “un potencial de consciencia” 

Por ejemplo, cuando nos pinchamos con un alfiler en el pie nuestra mente percibe el dolor y pensamos que nuestra mente, a través de nuestros sentidos se circunscribe al ámbito de nuestro propio cuerpo. Incluso podemos pensar que nuestro sistema nervioso trasmite la percepción sensorial táctil que llega a nuestro cerebro y tomamos conciencia de la experiencia de dolor, llegando a la conclusión de que nuestra mente se limita al contexto del interior de nuestra cabeza. 

Sin embargo, supongamos que vamos andando por nuestro barrio cuando un peatón cruza la calle, observa un coche que se dirige hacia él a gran velocidad, se sobresalta, grita y es atropellado experimentando traumatismos en todo su cuerpo. A través de los sentidos, al escuchar el grito, el frenazo, observar el golpe sobre el cuerpo del peatón, así como el violento empuje del vehiculo sobre el viandante desplazándolo varios metros más adelante y arrojándolo sobre la calzada. Experimentamos dolor a nivel mental. Al proyectar nuestra mente por medio de los sentidos podemos experimentar el dolor y el sufrimiento más allá de nuestro cuerpo. Esta mente que experimenta el dolor no se circunscribe a nuestro cuerpo. Se proyecta en el peatón que ha sufrido el accidente y experimenta el dolor tanto físico como mental. Para ello la mente ha tenido que salir de nosotros y entrar en conexión con la mente del peatón atropellado, del conductor del coche que lo ha arrollado, del resto de viandantes que se encontraban presentes en la escena e incluso la mente de todos los objetos y fenómenos implicados.  Como dice Kalú Rimpoché, “es necesario entender qué es esta mente que penetra todas las cosas y personas, esta mente común a todos.” 

Pongamos otro ejemplo:  Al nombrarnos la palabra “India”,  a través del sonido y las formaciones mentales experimentadas con nuestro aprendizaje, nuestra mente en cuestión de milésimas de segundo imagina la forma del país en el mapa de Asia, sus gentes, quién sabe si el río Ganges y cientos de persona tomando baños purificadores en la ciudad de Benarés o cosas similares que nos evoca una realidad que se encuentra a miles de kilómetros de distancia,  sin embargo la mente se desplaza hasta allá, de manera espontánea y sin ningún esfuerzo.  Acto seguido una persona que se encuentra a nuestro lado nos habla y regresamos instantáneamente al escuchar sus palabras.

Esto sucede por que la mente es vacía, en el sentido de que no existe como un objeto, no tiene forma ni color, ni ninguna característica que podamos asignar a nada material. Es más bien parecida al espacio. No tienen límites. Se puede desplazar sin estar sujeta a dimensiones espaciotemporales de ningún tipo. Podemos viajar a la edad de piedra o situarnos en civilizaciones residentes en un planeta de una lejana constelación de otra galaxia. Por lo tanto es algo muy distinto a lo que experimentamos habitualmente como nuestra mente, como una cosa pequeña y restringida a un “yo”.  Este modo de entender la mente es una pesada carga que nos crea muchos problemas. Básicamente por que crea la ilusión de que en la realidad existe un “yo” separado del resto de personas y fenómenos externos. En nuestra ignorancia, al actuar como si realmente existiera un “yo” separado de “los otros” desarrollamos perturbaciones mentales: deseos, temores, odio y aversión.  Es imposible liberarse del sufrimiento y alcanzar una felicidad verdadera si no cambiamos la forma de percibirnos a nosotros mismos y al mundo. Mientras permanezcamos aferrados a este concepto de la realidad, a esta “mente pequeña”, la continuidad del sufrimiento humano está garantizada.

En palabras del eminente Lama, al abordar la práctica de la meditación debemos “..situarnos en un estado de apertura y de naturalidad donde reconozcamos la mente tal y como es en realidad, penetrando todas las cosas, desprovista de toda limitación material.” 

Una vez que nos hemos puesto en situación y hemos desarrollado una base sobre la cual poder comenzar trasmitir la comprensión de la vacuidad, vamos a dirigir nuestra conciencia hacia nuestro punto de equilibrio corporal que coincide con el centro de gravedad. Dicho punto se encuentra dos dedos por debajo del ombligo. A esa altura, en un punto intermedio entre la parte anterior y posterior de nuestro cuerpo. Es un punto muy importante para la conexión con todo.  De hecho, en esta zona nuestro cordón umbilical nos unía a nuestra madre durante el embarazo y todo llegaba a través de ese lugar. Las emociones, la comida, etc. En ese momento todavía  no existía sensación de gravedad. Solamente flotabamos en el líquido amniótico. 




Concentrándonos en este punto vamos a imaginar que nos encontramos frente a un precipicio.  Si nos aproximamos al borde experimentaremos  vértigo.  El vértigo es una sensación que se produce cuando nuestra mente se proyecta hacia el vacío a unos metros de distancia y, como nuestra mente está fuera de nuestro centro de gravedad, localizada en el punto en el que la caída es inevitable, nos imaginamos cayendo en esa inercia. La caída es casi real por que nuestra mente está proyectada hacia un lugar donde la inercia de la gravedad de nuestro cuerpo sería prácticamente imparable. El hecho de imaginar con nuestra mente que nuestro punto de equilibrio abandona nuestro centro de gravedad nos lleva experimentar la sensación, casi como una realidad, de que podriamos desequilibrarnos y caer.  El sobrecogimiento, y miedo que acompaña al vértigo se produce por que nuestra mente está en un lugar en el cual, si estuviera acompañada del cuerpo, precipitarse al vacío y morir sería un hecho.  Pero nuestro centro de gravedad corporal permanece en el borde del precipicio y, si lo podemos controlar, el vértigo no llega a paralizarnos.  Meditar sobre la vacuidad es una disolución del ego, es decir de la mente conceptual. Representa un salto al vacío e implica la muerte de nuestra conciencia tal y como la concebimos: como un yo separado e independiente de los otros y, en general, de todos los fenómenos externos.  La experiencia de la vacuidad implica un salto al vacío que se produce cuando nuestra mente se disuelve en la ausencia de existencia separada que es la verdadera naturaleza de todo lo externo.  En ese momento lo interno y lo externo son uno. Por eso meditar en la vacuidad es tomar conciencia de la verdadera naturaleza de las cosas y disolver los engaños acerca de las cosas y de nosotros mismos. Se experimenta de manera similar al vértigo pero hay que profundizar en la experiencia sin distracción, desarrollando la atención plena hasta dar el salto y sumergirse plenamente en la vacuidad. La experiencia de la vacuidad implica una transformación muy profunda que modifica nuestra conciencia de manera irreversible y meditar con perseverancia en la vacuidad es cultivar el Dharma y transitar el camino de la liberación. Buda lo expresó muy claramente en un texto clásico muy conocido de sus enseñanzas llamado el Sutra del Corazón.  (Siga este enlace para llegar a una entrada publicada en este mismo blog sobre el mencionado texto clásico: https://senderismomeditacion.blogspot.com/2012/10/el-sutra-del-corazon-om.html )


La vacuidad se experimenta de manera similar al vértigo. Produce emociones contrapuestas.  Por un lado se puede experimentar temor y resistencias al cambio, generando continuas distracciones en el proceso meditativo, pero, al mismo tiempo, se experimenta una gran atracción y gozo sublime al sentir el impulso de soltar y abandonarse plenamente a la disolución del ego. En esta dialéctica si la perseverancia nos hace profundizar se alcanza un momento en el cual el salto simplemente se produce y la transformación de la conciencia tiene lugar.

Este paralelismo entre el vértigo y la vacuidad no es más que un intento de acercarme a una explicación del término desde una perspectiva más emocional/experiencial, pero de ningún modo vértigo y vacuidad son una misma cosa. Existen algunos deportes de riesgo en los cuales se buscan expresamente experiencias vertiginosas similares a éstas y se juega con el vértigo. Pongamos por ejemplo prácticas tan extremas como el salto base, la escalada, el alpinismo, el puenting y tantos otros. En sus diferentes modalidades,   estas actividades generan un nivel de adrenalina y una alteración de la conciencia, por exponernos a experiencias estresantes y retos que desarrollan y focalizan la concentración, así como una percepción sutil, de manera  que pueden llegar a hacernos perder, por momentos, nuestra noción de nosotras y nosotros.  




Otro ejemplo de prácticas donde se juega con el vértigo, pero de carácter recreativo, son las atracciones de ferias tipo montaña rusa y otras muchas que se pueden encontrar en parques de atracciones. Me pregunto si detrás de la búsqueda de estas sensaciones puede encontrarse, de algún modo, la búsqueda de la experiencia de vacuidad que es una búsqueda eterna residente en la naturaleza del ser humano y en el devenir de su existencia cíclica. Sin embargo, no cabe duda de que estas experiencias relacionadas con el vértigo son meramente transitorias mientras que la experiencia de vacuidad es transcendente y su realización progresiva implica tocar lo más profundo del ser, aquello que no está sujeto a cambios, la verdad más absoluta y profunda que podamos llegar a conocer. Traer un poco de esta vacuidad a nuestra existencia cotidiana nos honra y llena de felicidad y bendiciones a todas las persona con quienes compartamos. Es luz y conciencia pura para todos los seres.  




Quiero dedicar esta entrada a mis amigos Elena Herrera y Salvador Abril, sin la curiosidad, la sabiduría y generosidad de ambos estas pinceladas sobre el significado de la vacuidad no hubieran sido posibles.