domingo, 21 de junio de 2020

Sobre la compasión, la paciencia y la tolerancia.

Hace poco amé a una persona como si me fuera la vida en ello.  Le di todo lo mejor de mi e incluso llegué a darle cosas que ni siquiera tenía, solo por satisfacerla. Algunas de las cosas más bonitas que podía ofrecerle no las quiso y, a pesar de eso, decidí continuar a su lado. La inspiré para que se sintiera en confianza y compartiera conmigo cosas muy especiales, íntimas y maravillosas de su vida personal. Luego, le surgieron brotes de desconfianza, se arrepintió de haberme confiado sus tesoros y me obligó a desprenderme de ellos. Ella me amó pero con reservas. Tenía miedo de ser abandonada. Nunca creyó en mi de verdad y siempre pensó que yo sería capaz de dejarla por otra persona y olvidarla. A pesar de eso, yo seguí apostando por ella, hasta que descubrió a alguien con quién pensó que le podría ir mejor y me dejó. La única explicación que recibí de ella fue el frecuentemente parafraseado “ya no siento lo mismo”. Cerró todas las puertas a cualquier forma de amistad, me ocultó el inicio de su nueva relación y obstaculizó de todas las formas posibles que pudiera alegrarme y manifestarle mi felicidad de que le fueran bien las cosas junto a esta nueva pareja.  En un principio me sentí roto y desconsolado como un niño abandonado. Sin embargo,  conociendo la naturaleza de su persona me es inevitable seguirla amando y mi devoción es tal que sólo deseo lo mejor para ella. Así que agradecí la experiencia profundamente y seguí adelante con la vida.  Supongo que ésta no es una experiencia nada fuera de lo común en las relaciones sentimentales, pues los amores no correspondidos están al orden del día y, desde que existe el amor, existe también el desamor. Sin embargo, confío en que, a pesar de ello, pueda interesarle a alguien lo compartido aquí.

Continuar amando a esta persona, a pesar de sus defectos y a pesar de la enorme distancia que ha decidido que exista entre nosotros, me pareció una oportunidad para desarrollar la devoción. Tengo tantos defectos o más que ella y no creo que sea peor que yo por hacer las cosas como las hizo, así que me es prácticamente imposible dejar de amarla y de seguirle deseando lo mejor en la vida. 

Esta devoción que siento por ella es, para mi, algo excepcional. Hace mucho tiempo que trato de desarrollar el sentimiento de respeto hacia los seres amados, pero en esta ocasión dicho sentimiento se combina con el sentimiento de compasión, acompañado de paciencia y tolerancia. Todo ello sumado al amor más profundo y sincero. Este sentimiento me recuerda, salvando las distancias, a una suerte de amor romántico incondicional, similar a los amores caballerescos de la edad media  hacia la dama del castillo. Por poner un ejemplo a modo de ilustración.  Con ánimo de librar de cualquier carga estereotípica, relativa a los géneros masculino o femenino, que pueda conllevar mi ejemplo diré que en el papel del caballero o de la dama pueden situarse un hombre o una mujer indistintamente, a la hora de profesar esta clase de amor.

Siento que cuando me entrego a esta forma de amor me siento como un niño que se presta voluntariamente a darse, tan frágil e indefenso como un bebé. Un niño que queda solo en la puerta del cole cuando su mamá y su papá no llegan a tiempo a por él.  A pesar de ello, siendo consciente de los condicionamientos sufridos por la persona amada, así como de sus limitaciones y del riesgo de ponerse a su disposición, el amor es más fuerte y la devoción te lleva a confiar en dicha persona a toda costa y sin temor a sufrir pérdida alguna.  Es decir, se trata de llegar a la convicción de que cualquier pérdida que uno pueda experimentar siempre será inferior a la pérdida de la posibilidad de profesar amor al ser amado, independientemente de que el ser amado esté receptivo o no. Independientemente de que el ser amado sea capaz o no de comprender la dimensión de este amor y valorarlo.

El amor incondicional tiene la grandeza de la vulnerabilidad consciente como una forma de compasión y como una forma de abrazar el sufrimiento, así como la maduración del karma negativo del ser amado. Es sorprendente darse cuenta de que el amor incondicional, con su cualidad altruista y desinteresada, desarrolla una energía que actúa a un nivel creativo muy superior a todas las perturbaciones mentales basadas en el  apego, la aversión y la ignorancia. Por ello, su efecto es purificador y sanador, como quiera que se mire, para todas las personas implicadas.  Además se trata de un amor trascendente.  No se agota en sí mismo.  Si el amor es sincero y profundo lo es y lo será también para otras personas que puedan beneficiarse de él por que es como una ofrenda y una joya en sí misma susceptible de ser profesada/entregada hacia/a otras personas que de ella se puedan beneficiar. 

A “desear la exclusividad de la persona amada”, no se le puede llamar amor, sino que se trata de pretender alimentar nuestro propio ego y fomentar el autoengaño. En cambio, el amor incondicional indiscriminado busca la universalidad y la igualdad en el amor, lo cual implica aceptar y promover la libertad de las personas a quienes amamos renunciando plenamente al deseo de exclusividad.   Esto es lo más parecido a la compasión universal. Un sentimiento verdaderamente especial y digno de ser cultivado. Si lo cultivamos y lo irradiamos hacia todos y cada uno de los seres sin distinción estaremos alcanzando grandes realizaciones, no solo por nuestro propio beneficio sino también por el de todas las personas que nos rodean.

Este sacrificio por amor al otro, por compasión. Permitir que el dolor de los demás madure en ti.   Por amor, asumir la responsabilidad de ponerte en sus manos.  Aunque puedas sufrir heridas. Aunque sepas que las sufrirás. Aunque sepas que no serás elegid@. A pesar de eso, el ofrecimiento por amor tiene sentido. Es un por que te amo me doy y, en ese me doy, no espera nada.  Se basta a sí mismo. Se agota en la entrega de un ser abierto y plenamente disponible que se pone en manos del ser amado. No es uno cuestión de masoquismo por supuesto, es una cuestión de compromiso libre y consciente con el ser amado que nace del amor y la compasión. Este compromiso nos lleva a asumir la imperfección del ser amado y abrazarla aceptando los daños menores.  Todo ello, sin dejar de confiar plenamente en el ser amado, así como en su capacidad de superación de sus condicionamientos y perturbaciones mentales.  De este modo nuestros actos dejan una huella para que la semilla del amor profesado pueda germinar algún día, quien sabe cuando, pero si nuestro corazón, así lo siente, indiscutible e inevitablemente lo hará.

La sencilla disponibilidad para amar al otro desde la compasión ya merece la pena independientemente de que la otra persona te permita ayudarla o no, amarla o no, Ya la propia disposición para amar con compasión es una satisfacción poder ofrecerla y no depende de los demás para que tome sentido o deje de tomarlo. Si uno ama con compasión el ofrecimiento ya es una bendición para el ser que lo recibe. Independientemente de que sea capaz o no de aceptar esa compasión, esa ayuda, ese amor. 




Quiero citar aquí el texto clásico del Bodhisattva Langri Tampa que vivió en el siglo XI:  “Adiestramiento de la mente en ocho versos”. Que me inspiró profundamente en los últimos meses y que me ayudo a entender las cosas de la forma en que las he tratado de expresar en esta breve publicación. Así como los comentarios del eminente Lama Geshe Kelsang Giatso en su libro “Ocho pasos hacia la felicidad”.  Espero que también sirvan de inspiración al lector.

Con la intención de alcanzar
la meta última y suprema,
que es incluso superior a la gema que colma todos los deseos,
he de estimar siempre a todos los seres.

Cuando me relacione con los demás,
he de considerarme la persona menos importante,
y con una intención perfecta,
estimarlos como objetos supremos.

He de examinar mi continuo mental en todas mis acciones
y en cuanto surja una perturbación mental
que me conduzca a mi o a los demás a actuar de manera inapropiada
he de evitarla y oponerme a ella con firmeza.

Cuando me encuentre con seres desafortunados,
oprimidos por el mal y los grandes sufrimientos
he de estimarlos como si fueran
un valioso tesoro difícil de encontrar.

Incluso si alguien a quien he beneficiado
y en quien tenía grandes esperanzas
me perjudicara sin razón alguna,
he de considerarlo como mi guía espiritual.

Cuando alguien, por celos,
me cause daño o insulte,
He de aceptar la derrota
y ofrecerle la victoria.

En resumen, que directa o indirectamente
ofrezca mi ayuda y felicidad a los maternales seres,
y tome en secreto
todas sus desdichas y sufrimientos.

Además, que gracias a estas prácticas del método,
junto con una mente que reconoce que todos los fenómenos son ilusorios
y limpia de las manchas de las concepciones de los ocho extremos,
me libere de la prisión de las apariencias y concepciones erróneas.

Así mismo, también quiero citar, en referencia al texto, a S. S. el Dalai Lama cuando en su libro “El arte de la compasión” afirma:  “...; no debemos considerar la tolerancia y la paciencia como un signo de debilidad. Para mi son símbolos de fuerza”



Quiero dedicar este texto al venerable Lama Geva Jampa Gyatso a quien llevo siempre en mi corazón.