La meditación de vacío es, de alguna manera, una forma de morir en vida siendo plenamente consciente de ello. La experiencia que implica es lo más parecido a la muerte. Una persona al morir abandona toda forma de apego y se funde con el "todo". Ya no está presente como forma humana. Ya no existe como la persona llamada María o Juan o quien quiera que sea. La persona en cuestión deja de ser y entonces puede ser cualquier cosa. No tiene límites. No conoce de limites. No hay dimensión alguna a la que obedezca. Ni espacial ni temporal. Ese "ser" que ya no es, de alguna manera está presente en todas y cada una de las personas y cosas que forman parte de la realidad.
Esa comunión cósmica con el "uno" es posible cuando uno se libera del cuerpo y de todos los conceptos formados acerca de la propia persona. Ese estado de ser tiene lugar cuando abandonas todas las emociones y pensamientos que impiden que la conciencia plena y desnuda transcienda nuestro cuerpo y nuestra mente fusionándose con el "uno", con el "todo". El "todo" sin partes.
El temor a la muerte es temor a la vida, por que en el fondo vida y muerte son un continuo inseparable. Quien no se enfrente a sus propios temores no será capaz de transcenderlos.
Para alcanzar cualquier comprensión que implique la expansión de la conciencia hace falta valor y perseverancia. Lo demás viene solo, por sí mismo.
Amar es confiarte al otro hasta el punto de llegar a perderte dentro de él para nacer como un nuevo ser. Un ser distinto, renovado y enriquecido por esa unión tan profunda.
Alguien que ha experimentado un amor tan profundo nunca vuelve a ser el mismo. Se transforma. Evoluciona. La meditación de vacío, la muerte y el amor son puertas para la transformación de la conciencia y el crecimiento personal. Es decisión de cada uno el cuándo y cómo vas a tomar la decisión de abrirlas y atravesar su umbral. Pero tarde o temprano en algún momento de tu existencia estás llamad@ a hacerlo. Eso es algo que no se puede cambiar.